martes, 20 de noviembre de 2007

INES DE CASTRO, REINA DESPUES DE MUERTA

La historia de Inés de Castro, es posiblemente una de las más curiosas y sorprendentes sobre las que he leído en muchisimo tiempo.

Nacida en una rica familia de nobles gallegos, su origen bastardo la apartaba del primer rango de la corte, aun así, en 1340 llego a la corte portuguesa al servicio de Constanza Manuel, prometida del príncipe heredero Pedro de Portugal.

Era tan bella, que la apodaban "Cuello de Garza" por la elegancia y gracia de su porte, que eclipsaba sin ningún problema a su pobre señora, que para colmo de su insulsa apariencia era algo patizamba.



Por lo tanto, no es de extrañar el flechazo que sufrió el príncipe nada más conocerla. Su relación comenzó poco después a pesar de haberse realizado la boda. La pobre Constanza estuvo ciega durante bastante tiempo y no fue consciente del engaño de su marido con su protegido hasta casi el momento de dar a luz a su primer hijo.

Para intentar solucionar el problema se las ingenio para que su marido e Inés apadrinaran al niño, de esta manera, quedaban unidos por un vinculo canónico de parentesco que convertía la infidelidad en incesto. Pero de poco le sirvió la maniobra a la pobre Constanza, el bebe murió al poco de nacer y de esta manera el vinculo que su madre había creado quedaba roto.

A pesar de todo, la relación siguió creciendo ante los ojos de todo el mundo, mientras los cortesanos, tanto por razones morales como políticas hablaban del desvarío del príncipe. Constanza volvió a dar a luz a otro niño, Fernando, futuro rey de Portugal, pero murió como otras tantas por complicaciones derivadas del parto, mostrando una gran dignidad y sin reprochar a ninguno de los dos la relación que tanto la había dañado.

A partir de 1350 la pareja paso a vivir junto en Coimbra con los dos hijos que ya tenian y los otros dos que vendrían después: Alfonso, João, Dinis y Beatriz, mientras al rey Alfonso IV le hervía la sangre al ver a su nieto, el infante Fernando huérfano y solo, mientras sus hermanos bastardos disfrutaban de un hogar feliz.


Algunos historiadores ha dicho que el príncipe Pedro se caso con Inés para darle la posición que le correspondía y de esta manera legitimar a sus hijos, un unión que habría sido bendecida por el obispo de Guarda ante unos pocos testigo, pero no disponemos de pruebas que lo sostengan.

Mientras, la clase alta portuguesa temía que su relación con Inés aumentara la influencia castellana en la corte y que los hijos de esta pudieran amenazar la tranquilidad del reino. El odio hacia la joven, que tan solo pretendía ser feliz, dividía al reino, en el norte la tildaban de ambiciosa, y el resto del país solo la veían como una víctima inocente de su destino.

Así que aprovechando la ausencia del don Pedro de Coimbra, que se encontraba junto a su padre en la corte, durante una partida de caza, el anciano rey "deja hacer" a tres hombre de su máxima confianza que rápidamente se desplazan al palacio donde vivía Inés con sus hijos y aprovechándose de su soledad, la degollandola.

Al conocer la noticia, don Pedro se alza contra su padre y arrasa el país entre el Duero y el Miño, obligando al rey a pedir una tregua y a jurar que habían sido sus hombres quienes se habían tomado la justicia por su mano.

Pedro sube al poder en 1357 y su primera acción es declarar a los asesinos de Inés reos de alta traición, y tras lograr atrapar a dos de ellos, los ejecuta de la manera más cruel que encuentra, arrancándoles el corazón en vivo.

Tres años despues de su coronación y ante la insistencia de sus consejeros para que volviera a casarse, proclamo ante Dios y los hombres que se consideraba casado con Inés de Castro a la que se habia unido en secreto, presentando testigos que confirmaron sus palabras.

Poco despues se produjo uno de los acontecimientos más asombrosos de la historia, la coronación de Inés de Castro como reina de Portugal, y que relata con todo lujo de detalles Juan Balansó en uno de sus libros, en el capitulo El cadaver coronado.




El Cadaver Coronado*

"Hubo que abrir con cuidado la tumba de aquella mujer fallecida cuatro años antes. El ataúd fue transportado en lenta procesión desde la ciudad portuguesa de Coimbra hasta el monasterio de Alcobaça. A lo largo de veinticinco leguas, dos hileras de personas, con cirios encendidos, alumbraban la oscura noche, y el canto de las plañideras se mezclaba con las lamentaciones de las mujeres de los pueblos que atravesaba el fúnebre cortejo. Un soplo de morbosa locura alimentaba el viento de la leyenda.

En la nave alta del templo, dispuesto con galas soberanas, el féretro fue abierto. Ya no se reconocía el rostro de la difunta, pero guedejas de sus dorados cabellos conservaban su brillo. Se revistió el cuerpo con una túnica bordada con hilos de plata, se cubrió su pecho con broches de diamantes y, finalmente, se sentó a la muerta en su trono. Entonces el rey Pedro I, con su mejor atuendo de ceremonia, coloco una corona de oro sobre la cabeza del cadáver, tomo su mano derecha y la ofreció para el homenaje de los obispos y magnates lusitanos; todos debían tocar con sus labios, en señal de póstumo acatamiento, aquellos dedos que apenas se sostenian.

Los heraldos anunciaron: "Inés, reina de Portugal, ella y ninguna otra."

Después el monarca contemplo por ultima vez los despojos de la mujer que tanto había amado, antes de que se cerrase de nuevo el féretro. Y también beso su mano descarnada.

Tal fue la coronación de Inés de Castro, la española que reino después de muerta."

*Fragmento extraído del libro de Juan Balansó "Las Alhajas Exportadas"


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